Me acuerdo ahora de un chiste, un tanto bestia y que no
viene ahora a cuento, donde la protagonista también era una joven Caperucita,
no tan inocente y cándida como la que aparece en esta viñeta, y que terminaba
con un rotundo “¡ojú, pues si que ha cambiao el cuento!”.
Hoy en día, muy lejos ya de aquellos tiempos en que las niñas con capa y
caperuza rojas llevaban la cena a su abuelita en una cestita de mimbre, nos
hemos convertido en inocentes caperucitas que, a pesar de vivir en la era de la
superinformación, no terminamos de enterarnos de que quien realmente maneja el
cotarro son los contados poderes económicos que extienden sus tentáculos en
forma de lobbys, sucesores de los lobos de ayer.